“Elaenia” (Pluto, 2015) es un disco que, a priori, parece difícil de conjugar con el Floating Points que conocemos como dj. O, por lo menos, con la energía que desprende Sam Shepherd cuando se encuentra a los platos, extrañamente cercana a la hipérbole expresionista y casi gimnástica de Theo Parrish: cuando pincha, el baile de este hombre, sus botes y movimientos, son los que imponen el ritmo en la sala. Y esa fuerza arrolladora, esa gran bola de fuego en la que convierte su cuerpo durante sus sesiones como dj, es lo que cuesta casar con la delicadeza extrema de “Elaenia“… Hasta que recuerdas, claro, que por mucho que Shepherd sea una bestia parda a los platos, también tiene su carrera paralela en los campos de la neurociencia y la epigenética. Ahí es nada.
Aun así, y antes de recurrir a la coartada científica, me gustaría pensar que “Elaenia” queda unida a la propuesta a los platos de Floating Points a través de un punto en común mucho más profundo. Hace algún tiempo, el mismo Shepherd me explicaba que no prepara sus sesiones como podría esperarse de un dj tan renombrado: justo antes de salir de casa, hace un barrido en sus estanterías y aplica un impulsivo “este sí” / “este no” a su colección de vinilos. Lo hace para divertirse. De esta forma, da espacio a la sorpresa en unas sesiones que siempre tienen algo de desafío, algo de “¿qué carajo hago con estos discos que seguramente nada tienen que ver los unos con los otros?“.
Ese esa voluntad de dejar espacio para la sorpresa y la libertad lo que puede encontrarse de forma poderosamente profunda en “Elaenia“. De forma tan profunda que, por mucho que por ahí esté Flying Lotus intentando traer el jazz hacia el siglo 21, habrá que convenir que, con este disco, Shepherd le acaba de pasar la mano por la cara. Como Flying Lotus, Floating Points parte de la electrónica: el disco se ha compuesto básicamente a partir de sintetizadores pretéritos, de esos que están llenos de cables y botones y lucecitas y que permiten un “juego” que puede tender a la trampa del onanismo (una trampa de la que “Elaenia” escapa de forma magistral). Y, como él, desde la electrónica se dirige al espíritu free del jazz, a una concepción de cada pieza desde la libertad creativa que deja su marca de fuego en composiciones evolutivas que huyen del loop (imprescindible en la electrónica) y demandan la atención de quien escucha para embarcarle en un viaje que siempre está cambiando, que tiene picos fáciles pero también simas difíciles en las que hay que esforzarse para abrirse camino.
“Elaenia” no tiene nada que ver con el músculo de las sesiones de Floating Points como dj, pero sin lugar a dudas es la exposición última de cómo funciona la cabeza de Sam Shepherd.
En una reciente entrevista para Pitchfork, Sam Shepherd explicaba que la génesis de este disco está en un sueño que tuvo y en el que un pájaro se alejaba de su bandada para, a continuación, ser asimilado por el bosque. Cualquiera le habría buscado la explicación freudiana a este sueño, pero Shepherd más bien lo ligó a cómo funciona el Universo: cómo los átomos de los cuerpos muertos se re-asimilan en nuevos cuerpos en un eterno deambular que remite a esa gran máxima que a todos nos enseñaron en el colegio. Ya sabes: la materia no se crea ni se destruye, sino que tan sólo se transforma.
Y esa es precisamente la máxima que vertebra “Elaenia“: un disco en el que es difícil extraer canciones como unidades (puede que esa maravilla landscapista en tres tiempos que es “Silhouettes (I, II & III)” o el choque abrupto que supone el cierre con “Peroration Six“) porque, al fin y al cabo, es un viaje único en el que una materia, la música, va transformándose en diferentes figuras, siempre fascinantes, siempre hipnóticas, que se van sucediendo en ataques y reposos graduales. Ataques para estimularte, reposos para darte tiempo de asimilar. Los atomos de las canciones de “Elaenia” siempre son los mismos, y es por eso mismo por lo que sorprende las formas diferentes en las que se van reordenando, ya sea en forma de abrazo o de puñetazo.
“Elaenia” no tiene nada que ver con el músculo de las sesiones de Floating Points como dj, pero sin lugar a dudas es la exposición última de cómo funciona la cabeza de Sam Shepherd.