Hubo un tiempo en el que un matrimonio de Duluth, Minessota, hacía la música más lenta del planeta rock. Entre ellos se llamaban Alan y Mimi. Para el resto de mortales, terminarían siendo Low, un nombre más que apropiado. Sus canciones, el colmo de la austeridad, se movían como gigantes tortugas de cristal en un desierto helado y sin horizonte, pero que encerraba infinidad de secretos. Una experiencia mágica y al mismo tiempo ligeramente aterradora. Y de todo esto hablamos en pasado… ¿Qué les ha ocurrido todo este tiempo? ¿Qué ha cambiado? Pues muchas cosas y, en realidad, muy pocas. Veamos…
Low llevan veinte años en activo y acaban de lanzar su décimo disco, “The Invisible Way” (Sub Pop, 2013). Dicho así podría parecer una tontería, así que lo repetimos: veinte años. Diez discos. Todos buenos. Una proeza. Su rica y extensa carrera ha ido evolucionando como lo hacen sus canciones, a paso de tortuga, lento pero firme y seguro. ¿Los frutos de tanto esfuerzo? Miles de corazones ganados y el respeto de todos nosotros, que no es poco. Porque, a estas alturas, ya se les puede ocurrir sacar un disco de techno-polka o tango-punk o lo que sea, que se lo perdonaríamos. Sin embargo, no temáis, pues este es un escenario totalmente improbable… Cada movimiento de Low es de una precisión y coherencia calculadísimas. Desde el slowcore inicial al folk-rock minimalista de ahora, ser testigo de su madurez ha sido igual que ver una bellísima planta crecer, fuerte y sana.
Mimi Paker y Alan Sparhawk conforman el núcleo duro, pero ellos siempre han sido muy permeables a la influencia del productor de turno, como invitándole a ser un miembro más del grupo. Esta vez toca Jeff Tweedy, líder de Wilco y leyenda viva del rock americano más americano a día de hoy. A priori, su elección parece de cajón. Uno piensa: ¿cómo no ha sucedido esto antes? Y, no obstante, su influencia parece actuar en detrimento del resultado total: un disco en el que Low comienzan a dar las primeras muestras de acomodamiento, incluso de esterilidad. Su música, tan radical, tan extremadamente comedida, funciona mejor cuando alguien está ahí para apretarles las tuercas. Si Steve Albini (Shellac, Big Black) exprimió los jugos más amargos y desgarradores, luego llegó Dave Fridmann (productor de Mercury Rev, Flaming Lips, entre otros) para abofetearnos a todos con distorsión primero y pasmosa renovación de sonidos después. Low siempre ha sido un grupo con vocación experimental, y es esa innata capacidad para enamorarnos con sus gloriosas melodías, sus punzantes letras, unida a la voluntad de sorprendernos lo que les hace insuperables.
Muy pocas sorpresas te vas a encontrar en este último trabajo, pero algunas gloriosas melodías de esas sí que hacen su presencia. Menos de lo normal, también hay que decirlo. Empieza muy bien la cosa, con todos los ingredientes básicos que hemos llegado a asociar con el grupo reunidos en “Plastic Cup”: deliciosos coros a dúo entre Alan y Mimi que ya quisieran los Beach Boys (a pesar de que, en este caso, el parecido con “Tourist” de Radiohead es más que razonable), instrumentación de una sobriedad extrema donde no sobra ni una nota y letras extrañamente ásperas: “Well, maybe you should go out and write your own damn song, and move on” cantan tras una preciosa sección de cuerdas dándolo todo durante un instante demasiado fugaz. Con “Amethyst” empieza a cobrar protagonismo un instrumento de importancia capital durante la mayor parte del álbum y clara influencia de Jeff Tweedy: el piano. Destaca también la creciente influencia de Mimi en muchos temas, en ocasiones doblándose a si misma a la voz. Esto es algo que muchos fans hemos deseado durante tiempo, pero ¡oh, sorpresa!, no termina de funcionar demasiado bien. El resto de “The Invisible Way” transcurre sin sobresaltos excepto en alguna ocasión, como cuando nos regalan una de las canciones más pegadizas de su historia reciente, “Just Make It Stop”, y algún que otro momento incómodamente extraño: “On My Own”, cuya primera mitad es de la más logradas del álbum, por desgracia termina con los dos cantando sin cesar “happy birthday, happy birthday” y uno no sabe muy bien por qué.
En definitiva, un disco correctísimo, agradable. Suena guay. Es un buen trabajo, como no podría ser de otra manera teniendo en cuenta quienes lo firman. Pero por eso mismo algunos nos esperábamos un poquito más. Nos han malacostumbrado y nos hemos convertido en unos niños malcriados. Siempre queremos más y más. Hay que ser justos, de todos modos, y reconocer que “The Invisible Way” no pasará a la historia ni de la música, ni de la fantástica trayectoria que se ha labrado Low durante dos décadas. De hecho, siendo malos se podría decir que se trata de un paso atrás. ¿El comienzo del fin, o sólo un pequeño paréntesis? El tiempo lo dirá.